martes, 23 de octubre de 2007

Misterios y sorpresas en el festival de Nueva York

Al cumplir 45 años, en plena mayoría de edad, el Festival de Cine de Nueva York en el Lincoln Center bien se ha aprendido la lección de alternar de lo grande a lo pequeño, de lo asequible a lo misterioso. Comenzó con Premiere de Gala de Darjeeling Limited, espectáculo multicolor y multiestelar de Wes Anderson y concluyó con la muy controversial I'm Not There de Todd Haynes, fantasmagoría basada en la zigzagueante carrera de Bob Dylan, interpretado en sucesivos segmentos por Heath Ledger, Christian Bale, Richard Gere y la sorprendente Cate Blanchett en travestí.
Y eso sin contar que el puesto honroso de Centerpiece le tocó a No Country for Old Men con los hermanos Coen adaptando la novela alegórica de Cormac MacCarthy y dirigiendo a Tommy Lee Jones, Josh Brolin y Javier Bardem en abierta competencia para futuros Premios de la Academia. Son los estrenos llamativos, pero las otras 30 y tantas no tienen similar empaque. Se da el extraño caso de que la mejor tardó en hallar distribución comercial, a pesar de una Palma de Oro en el Festival de Cannes y el rumor de que puede conseguirle al naciente cine rumano su primer Oscar al Film Extranjero.
Four Months, Three Weeks, Two Days sucede en Bucarest de 1987, aún bajo la tiranía de Ceausescu. Una joven estudiante encinta intenta procurarse un aborto, entonces ilegal, con la ayuda de una amiga dispuesta a todo. El título alude al tiempo de embarazo transcurrido y a la dificultad de efectuarse el procedimiento, porque la aterrada muchacha esperó demasiado para tomar la decisión.
Con franqueza erizante, la cámara se mantiene estática durante minutos, observando los rostros de las humilladas mujeres en contraste con la tranquilidad del enfermero que es alquilado para la operación. El estilo es inmóvil pero ni por un instante teatral. El director Christian Mungiu alcanza el máximo terror con un mínimo montaje. A través de un directo realismo, la película perturba y asusta con su despiadado análisis de una situación intolerable.
En Rusia, Alexander Sukorov opta también por enfocar la realidad sin trucos de fotografía o alardes en el salón de cortes. Alexandra es la minuciosa crónica de una visita de la abuela a su nieto, destacado en Chechenia. La guerra existe como un peso invisible más allá de la pantalla. Agobia a la anciana, magistralmente interpretada por la octogenaria diva operática Galina Vichnevskaya. El mensaje es antibélico, pero Sukorov nunca insiste. Las imágenes apacibles comunican la angustia de Alexandra y se van colando insidiosamente dentro del espectador.
Julian Schnabel penetra aún más hondo en la mente del público con The Bell and the Butterfly. Jean-Dominique Bauby, editor de la revista Vogue, sufrió a los 43 años una embolia masiva que lo dejó totalmente paralizado. Sólo podía mover el párpado izquierdo y así dictó --literalmentte a pestañazos-- sus memorias publicadas que llegaron a ser un bestseller. El filme de Schnabel aprisiona al espectador en la mente de Bauby, con la cámara mirando al mundo nebuloso desde la óptica de un hombre en perenne estado vegetativo.
A través de flashbacks percibimos la existencia de Jean-Dominique, encarnado por Mattieu Almaric como una presencia vital que se destruye en un instante por un fallo vascular. Se desfigura físicamente y se estiliza espiritualmente para expresar el triunfo de la voluntad humana contra los embates de la adversidad. Nunca hubo una película a la vez tan deprimente y tan exaltante.
El español Jose Luis Guerin se fue a Francia en persecución de un inalcanzable ideal femenino. En la ciudad de Sylvia, un poeta dibujante ve discurrir las tardes del verano en cafés al aire libre, posando su insistente mirada en bellas mujeres que quizás sean la viva encarnación de esa Sylvia de sus sueños. Se dedica a seguir a una de ellas en una interminable caminata, exquisitamente fotografiada por tortuosas calles. Es inútil, porque el destino del amante frustrado es que todas se le escapen. Metáfora de una película intangible que se desvanece entre los dedos. Requiere de una concentrada paciencia, porque Guerin se ha atrevido a filmar una ilusión.
A los 87 años, Eric Rohmer afirma que se despide del cine con Astree y Celadon. Se basa en la legendaria novela que Honoré d'Urfee escribió en el silgo XVII, celebrando los romances pastorales en la Galia del siglo V. Es un idilio mitológico, declamado por actores noveles que suplen su inexperiencia con una radiante belleza. El ritmo es soporífico y el respetuoso público contempla absorto los encuadres plásticos de Rohmer. Aunque a veces es difícil distinguir entre los extasiados y los durmientes.
No es cuestión de avanzada edad, porque a los 83 años Sidney Lumet sigue tan despierto como en sus buenos tiempos con Before the Devil Knows You're Dead, un thriller donde la codicia ripia los lazos de familia. Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke planean robar la joyería de sus padres y todo les sale mal; especialmente el papá (Albert Finney) resulta más virulento y vengativo que su progenie. Lumet maneja sus conspiraciones, sus crímenes y, sobre todo, a sus actores con una intensidad de juvenil debutante. Aquí el veterano autor de Dog Day Afternoon se está riendo del almanaque.
Hubo decepciones en el Festival. Gus Van Sant en Paranoid Park, Abel Ferrara en Go Go Tales y Noah Baumbach en Margot at the Wedding no estuvieron en su mejor momento y El orfanato de Juan Antonio Bayona, patrocinada por Guillermo del Toro, ni se acercó a El laberinto del fauno y quedó como una réplica desvaída de Los otros de Amenábar. La conflictiva Redacted de Brian de Palma requiere un examen detallado y no es posible juzgarla a la ligera.
Entre tantísimas películas de ahora mismo, hay que destacar la reposición en flamante copia nueva del Hamlet de Sven Gade y Heinz Scholl, realizado en la Alemania de 1920; producción silente con acompañamiento de piano en vivo. La suprema diva danesa Asta Nielsen es Hamlet.
Por razones de sucesión monárquica, la primogénita del reino debe fingirse príncipe y ocultar sus verdaderas emociones, aunque ama en secreto a su condiscípulo Horacio, quien se inclina a favor de Ofelia. Increíble, pero cierto: la intriga transexual nunca es ridícula y hay nuevos matices para Claudio, Rosencranz, Guildenstern, Fortinbras y ante todo, Gertrudis, con una dimensión de madre monstruosa y taimada envenenadora. En este Festival de misterios y sorpresas, la Nielsen de Hamlet es única. Hasta un Shakespeare atónito se hubiera fascinado ante esta extravagantísima versión.

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