Por Milagros Amondaray.
Convengamos en que cualquier cosa que haga Anderson va a estar bien. El realizador es dueño de un virtuosismo notable que hace que nos quedemos con la boca abierta ante más de un plano. Sin embargo, puede que ahí radique el problema. Como un perro que se muerde su cola, el director hace uso y abuso de sus marcas autorales, como las tomas ralentizadas. Anderson parece haber llegado al punto de encierro en su propio universo. Por eso, lo mejor de Viaje a Darjeeling es cuando logra descomprimirse y deja a estos hermanos respirar después de tantas corridas en cámara lenta. Asimismo, la primera parte es casi una película dentro de otra, una pequeña cinta cómica sobre la interacción entre tres personas que no saben cómo tratarse la una a la otra. Puertas que se abren y se cierran, golpes que se dan y se devuelven, cosas que se dicen y se callan, todo dentro de los confines de un tren, lo que no hace más que reforzar la sensación de incomodidad. Pero siempre, siempre, aparece ese humor sutil que tira por la borda cualquier apego a lo sentimentalista. Viaje a Darjeeling es un film agridulce por excelencia, de emociones contenidas y humor absurdo que conmueve sin la necesidad de que sus protagonistas exploten. Tan solo esperemos que para el futuro, Anderson sepa cómo desarrollar su estilo, en lugar de quedarse encajado en él.
4 comentarios:
borra el otro comentario, es un virus!
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