Se los dije. Como se estrena mañana, ahora aparece todo esto que posteo para ustedes por si no lo vieron.
De 26Noticias
Tres hermanos planean un viaje espiritual por la India que consolide el vínculo, pero diversas circunstancias hacen que su búsqueda sea un desastre: cuando queden varados en medio del desierto será el momento de empezar una verdadera historia.
Título original: The Darjeeling Limited (Estados Unidos, 2007, en inglés) Dirección: Wes Anderson - Guión: Wes Anderson, Roman Coppola y Jason Schwartzman - Con Owen Wilson, Adrien Brody, Jason Schwartzman, Barbet Schroeder, Bill Murray, Anjelica Huston – Formato scope - Distribuye Fox - SAM 13 - Duración: 91'. (Previamente se exhibe el corto "Hotel Chevalier", de Wes Anderson, 13'.)
De Página 12
Por acción u omisión, la figura del padre es determinante en el cine libre y extravagante de Wes Anderson. De una u otra manera, el pater familias siempre deja su marca, hace que los personajes sean lo que son y añoren lo que podrían haber sido y no fueron. Le pasaba al retraído protagonista de Tres son multitud (Rushmore, 1998), incapaz de sustraerse al influjo de ese padre sustituto que era Bill Murray; le sucedía a la familia entera de Los excéntricos Tenembaum (2001), cuya órbita gravitaba alrededor de la figura patriarcal de Gene Hackman, y hasta esa especie de Capitán Cousteau de pacotilla que era el protagonista de La vida acuática (2004) –también encarnado por el bueno de Murray– había adoptado a toda su estrafalaria tripulación como a sus propios hijos. Ahora en Viaje a Darjeeling, el capítulo más reciente de la saga familiar de Wes Anderson, el padre no está, ha muerto, es puro recuerdo, pero su desaparición ha generado un vacío en el cual sus tres hijos se debaten como si esa ausencia los hubiera dejado para siempre a la intemperie, sin brújula.
Los hermanos Whitman (Owen Wilson, Adrien Brody, Jason Schwartzman) entonces hacen su propio, peculiar duelo y se lanzan juntos a un improbable viaje de reflexión espiritual por el paisaje místico de la India. Ya que están, de paso, salen también en busca de la madre (Anjelica Huston, la eterna mater –pero jamás dolorosa– del universo Anderson), que hace tiempo ha tomado los hábitos y vive recluida en un monasterio católico en la cima perdida de una montaña del Himalaya, un refugio más apartado que el más recóndito Shangri-La. Para ello, los Whitman abordan el Darjeeling Limited, un tren que si no fuera porque tiene un tamaño real se diría que es de juguete, un poco como el pseudo-Calypso de La vida acuática.
Es que hay algo permanentemente lúdico en el cine de Anderson, como si el director pensara el mundo (y lo filmara) desde la óptica no necesariamente de un niño, ni tampoco desde la angustia oscura de un teenager, sino más bien desde el estado de ánimo de un preadolescente, como un muchacho que está creciendo y se resiste a dejar de jugar con su tren Märklin o su submarino Schuko. Sí, es verdad, los personajes de Anderson son todos chicos ricos, que se permiten los mejores gustos, pero cuya cuna aristocrática, en lenta pero inexorable decadencia, siempre les da un aire excéntrico y a la vez melancólico, como si sintieran que la realidad que los rodea no es para ellos ni podrán jamás adaptarse a ella.
De esa inadecuación, de ese desencuentro esencial e irreversible surge el humor del cine de Anderson. Un cine y un humor que tienen mucho también del universo pop, no sólo por la música que le sirve de soporte e inspiración (es magnífica la manera en que utiliza un puñado de temas de los Kinks) sino también por el espíritu Beatle que transmiten esos tres hermanos, que en más de una ocasión –por ejemplo, cuando el tren, a pesar de seguir en la vía, se descubre perdido en un paraje desconocido– parecen escapados del Help! (1965), de Richard Lester.
Un detalle a tener en cuenta. En esta oportunidad, más que nunca, no conviene llegar tarde al cine. No sólo porque el vertiginoso comienzo de Viaje a Darjeeling, con un impagable cameo de Bill Murray corriendo a toda velocidad por las calles de Bombay arriba de un rickshaw, vale por sí mismo. Sino también porque inmediatamente antes se exhibe –y si no está reclámelo en boletería– un cortometraje de 13 minutos titulado Hotel Chevalier, dirigido por el mismo Wes Anderson, que funciona a la manera de un prólogo al largometraje. Filmado íntegramente en la habitación de un señorial hotel de París, narra el encuentro de uno de los tres hermanos Whitman (aquí el privilegiado es Jasón Schwartzman) con su ex novia (Natalie Portman), que luce un inconfundible aire nouvelle vague, con un corte de pelo como el de Jean Seberg en Sin aliento (1959). Claro que cuando ella se queda sólo en soquetes ya nadie se acuerda de la película de Godard.
En Clarín
En cinco películas, Wes Anderson ha conformado un estilo cinematográfico reconocible, una iconografía propia, un universo temático muy personal y, finalmente, un mundo privado versión "cajita de muñecas" del mundo real. Como niño que se aplica obsesivamente a su juguete de turno, al pequeño Wes esta vez le tocó armar su trencito y hacerlo viajar por la India. Así como antes se había hecho un submarino, un caserón o una escuela, Anderson armó el tren, los pasajeros, el equipaje y —aunque parece real— uno podría asegurar que la India que se ve sólo existe en su imaginación.
En Viaje a Darjeeling vuelve a existir un grupo familiar en descomposición (tres hermanos que no se ven nunca, padre recientemente muerto, madre ausente), todos vestidos en peculiares y coloridos combos, todos con su trauma particular y todos andando por la vida sin querer o poder admitir que las cosas, en el fondo, van mal, muy mal.
Owen Wilson es el mayor, que viene de un accidente severo y anda todo vendado organizando hasta el mínimo detalle del viaje. Adrien Brody, el del medio, no se lleva del todo bien con la idea de ser padre. Y Jason Schwartzman, el más pequeño, atraviesa una extraña ruptura con su novia (Natalie Portman, a quien se ve en el hermoso corto que precede a la película, Hotel Chevalier).
Los tres, además, no logran congeniar entre ellos. Y ninguno sabe muy bien para qué se ha embarcado en este viaje que parece no ir a ninguna parte. Pero la travesía deparará sorpresas y, al bajar del caótico tren que los transporta, deberán enfrentar situaciones inesperadas.
El filme es una pequeña odisea de "curación familiar" que no se diferencia mucho de sus anteriores. Las películas de Anderson funcionan cuando el delicado mecanismo de ingeniería se conecta con emociones palpables, cuando la cara de piedra de sus personajes deja entrever ojos enrojecidos de lágrimas, o un pequeño gesto delata esa humanidad que esconden a capa y espada. Cuando no conectan, se pierden en un formalismo vacío, quedan desnudas, expuestas.
Darjeeling funciona intermitentemente. Cuando parece que va a arrancar, como Los excéntricos Tenenbaums, hacia ese drama minimalista, pudoroso, vuelve a perderse en caprichos de niño ensimismado con sus juguetes (como sucedió con La vida acuática). Y así, va ganando de a poco el combate con el paso de los minutos, hasta terminar sacando a flote el asunto.
Hay aquí un curioso manejo de la puesta en escena. Rápidas panorámicas frenan brutalmente para volver a arrancar hasta completar círculos; zooms sorprendentes que parecen robados a Bollywood; música de los filmes de Satyajit Ray; extremas composiciones con los personajes frente a cámara; y hasta escenas coreografiadas que convierten a nuestros héroes en versiones aún más neuróticas de los Tres Chiflados.
Así, en esa especie de mundo de animación con actores, avanza y frena este Viaje... que, como el de los trenes eléctricos, gira una y otra vez por una misma, encantadora, pero limitada ruta.
miércoles, 19 de marzo de 2008
Diferentes artículos argentinos sobre The Darjeeling Limited
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario