lunes, 26 de noviembre de 2007

Viaje a Darjeeling abre el 45 Festival de Gijón

Gijón vuelve a la carga. La ciudad asturiana consolida su certamen avalando un programa que da cabida a cinematografías inusuales, excéntricas, inconformistas, minoritarias. Su óptica al margen de lo comercial se demuestra con secciones paralelas dedicadas a cineastas como Shinya Tsukamoto, Danielle Arbid, Pawel Pawlikowski Anne Biller o Carlos Reygadas. A través de la sección Universo Media, Poéticas del cine, se hace hueco a nuevas formas audiovisuales como las que proponen Alain Cavalier, Isaki Lacuesta o Richard Linklater. La sección Enfants terribles es la que reinvindica algunos ejemplos de cine para los más jóvenes. También un repaso por el devenir del Nuevo Cine Alemán desde Wenders, Herzog o Fassbinder. En definitiva, un osado estilo que se manifiesta, además de en la imaginería de sus carteles y prospectos, en su apuesta por la música: muchas sesiones vienen precedidas por el repertorio de un dj pinchando en la propia sala, y el apartado Desorden y concierto incluye títulos relacionados con gentes de la música, además de un cartel paralelo de conciertos en directo.
La Sección Oficial del certamen gijonés abrió con el último trabajo del cineasta Wes Anderson, Viaje a Darjeeling. El contexto: una gala de inauguración presentada por el gamberro y ocurrente monologuista Javier Veiga, es decir, chistes políticamente incorrectos, chanzas en torno a los jurados asistentes –Hal Hartley entre ellos–, y un especial homenaje, impensable en otros ámbitos, al recientemente fallecido Fernando Fernán Gómez: el presentador gallego instó al público a recitar al unísono el conocido aforismo “a la mierda” del actor, escritor y académico.
La nueva aventura cinematográfica de Wes Anderson comienza con un cortometraje, "Hotel Chevalier", protagonizado por Natalie Portman y Jason Schwartzman, el actor que interpretara al precoz y peculiar escolar de Academia Rushmore, también de Anderson. Esta primera parte es un breve relato de amor que transcurre en un hotel de París y que sirve, servirá, para circunscribir la historia de Jack, el pequeño y más sensible de la triada de hermanos Whitman.
La segunda parte, lo que sería ya el film propiamente dicho, arranca con un hombre de negocios –interpretado por Bill Murray– que pierde un tren. De él no sabremos nada más. Quien sí consigue coger ese tren es Peter –Adrien Brody–, el hermano mediano de los Whitman, aficionado a apropiarse de las gafas de sol y cinturones de los demás. Los tres hermanos se reúnen en este tren con motivo de un viaje de expiación por la India, a instancias de Francis –un Owen Wilson con la cara noqueada y siempre bajo vendas–. El objetivo es encontrar a la madre.
De nuevo Anderson vuelve a circunscribir su historia en un excéntrico entramado familiar, esta vez más reducido que el que veíamos en Los Tennenbaum. Aquí el padre ha muerto –seguramente la secuencia alusiva al funeral, y que lo elude, sea la más hilarante de la película– y la madre, de nuevo Angelica Huston en el papel de alma mater, ha descubierto su vocación ejerciendo de monja en una congregación de la India.
Los tres hermanos, su idiosincrasia, recurrencias y ademanes, son la clave de la película. Ellos, y los no menos pintorescos personajes episódicos: un revisor de tren desconfiado, una exótica azafata que sirve zumo de lima, las hospitalarias gentes de un pueblo recóndito. Las interpretaciones de los tres actores y su fisonomía –también la manera que tiene Anderson de definirles con prendas de vestir: las gafas de sol de Peter, el albornoz amarillo yema de Jack, el juego de maletas con las siglas J.L.W., diseñadas exclusivamente para la película–, son el film en sí mismo.
Definitivamente el trío de actores demuestra tener la fisonomía apropiada para un film de Anderson: ellos llenan la pantalla con sus rostros angulosos y narices prominentemente descriptivas –véanse las de estos tres más las de Stiller, Murray, Hackman o Luke Wilson–, ellas seducen con su dulzura y un cierto toque oscuro –caso de Gwynwth Paltrow y la susodicha Natalie Portman–, o poseen el rostro recio y plagado de experiencias de Angelica Huston. La película es, en resumen, puro disfrute, sobre todo para quienes empatizamos con historias disparatadas y fuera de lo corriente.

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